miércoles, 14 de febrero de 2018

PAPÁ




Papá, estoy con las manos apoyadas en la barandilla verde. Abajo está el jardín. No lloré por el pájaro muerto en la jaula. Pero lloré por ti en mi corazón. No te dije nada.
   –Ha hecho mucho calor y por eso se ha muerto. ¡Qué lástima de mi jilguerillo!
   Te oigo todavía, papá. Te escucho y te veo triste frente a la jaula. Ya no puedo hacer nada y el amor queda tan lejos. Era un mediodía amarillo como las plumas del pájaro muerto, con tu pena en los ojos y en la voz, papá; un rubor en tus mejillas. En la mirada puramente pena. No lloré por el pájaro muerto en la jaula. Pero lloré por dentro, papá.                    
   Ya no puedo hacer nada. No es posible llorar ahora los momentos que pasaron; se fueron. Han caído tantos días, unos sobre otros, hasta hacer un inmenso piélago de tiempo y tú te has ido ya.
   Volver al océano. A mí me gustaría encontrar un sitio donde refugiarme y sentirme segura. O encontrar una madriguera lo suficientemente cálida para quitarme este frío que me nace de dentro. Quizás la muerte sea la respuesta de todas las plegarias, la explicación de la nostalgia, la culminación de los deseos, la consecución de todas las aspiraciones.
   Papá, sé que me diste cuanto te fue posible darme. Yo tenía tres años. Me recuerdo muy feliz leyendo, sentada en tus rodillas. A de araña, E de elefante, I de iglesia, O de oso, U de uvas. Todavía conservo este recuerdo cálido y hermoso.
   También me compraste un muñeco muy bonito, que tenía una cuna. Y yo lo tapaba y lo dormía cantándole una nana. Quiero que sepas que te quiero, papá.
   Tengo esta tristeza que me viene de pronto y me sorprende en medio de una hora, de un momento aséptico, inocente. Esta tristeza endémica que me aletarga a ratos.

El orden sentimental (fragmento). 

En Este pasar despacio sin sonido
© Asociación Colegial de Escritores de España, sección autónoma de Andalucía
Pp. p.150-152

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